jueves, 3 de mayo de 2012

Muchachada around the world. Hoy... Bahamas

En mi infancia estas imágenes ocuparon un lugar primordial en mi mente:



Yo veía aquellas palmeras, aquellas playas, aquellos bikinis, dándole al coco todo el día... y decía, yo quiero ir ahí. Bueno, pues hace un mes cumplí ese sueño: visitamos Freeport, Gran Bahama.

Ahora qué queréis que os cuente, ¿la verdad o la verdaaad?




Comencemos por la verdaaad. Bahamas es un paraíso de la leche. Aguas cristalinas, playas blancas con palmeras en el borde, barcos anclados en turquesas bahías donde puedes bañarte entre barreras coralinas, mozas que te sirven un cóctel en un coco, turistas dorándose al sol, fauna marina a tuti, navíos hundidos, actividades deportivas de alto riesgo, pueblos de pescadores pintados de colorines, vegetación tropical, veladas al calor de una hoguera, verano todo el año, conchas en las que puedes escuchar el mar...





Y ahora vamos con la verdad. La verdad es que la isla pues... tiene sus playas, con su aquel, pero en muchos momentos nos recordó a Denia. El tiempo que hacía... pues era verano de gota fría valenciana.


Las mozas que te servían algo en un coco eran un moreno llamado Jaimie o similar, y feo o gordo. Que además nos intentó hacer una gracia el primer día, y como no le entendimos ya no nos ajuntaba. Las mozas en la playa eran unos mariquitiquis sesentones con camisas de flores hawaianas, que habían quedado para su congreso anual del club del pepino, a lo Brokeback Mountain, en algún cuevero de la isla.

Fuimos a visitar el pueblo de pescadores, que consistía en un montón de turistas, por un pueblo (de colores, eso sí) medio desvencijado, con cocina típica del lugar como "Zorba el griego", y cocos a $10 rellenos de zumito rico. Volvimos al hotel en un barco que olía a gasolina pensando en la velada. Y llegamos a las 21:15 para descubrir que el concepto de velada nocturno se termina para esta gente a las 9 de la noche. Menos mal que por lo menos la luna no se la habían llevado. Y ahí que nos quedamos viendo las brasas. Qué diver...

El último día conseguimos ir a la playa después de que saliera el sol. La fauna marina... vimos una raya pasar en 3 días. Los deportes eran subirse a un plátano de goma y ser arrastrado por una lancha, o un voley playa en el que el rango de edad era: de 9 a 99, como los Falomir juegos. El submarinismo costaba $150, y en la versión barata no vimos ni un coral, porque había un montón de algas en la orilla. El navío hundido fue un kayak viejo hundido que daba repeluco del bueno, por si el dueño estaba hecho esqueleto debajo. Nos quedaba tomar el sol y darnos un baño.

Terminamos con las piernas rositas cangrejo, yo cabreado por quemarme las patitas, y Marga también porque el agua estaba fría. Y, además, la posibilidad de ver un tiburón era tan elevada que no quisimos correr riesgos.




En definitiva, nos los pasamos genial, especialmente buscando conchas como gañanes. Y es que, aunque la zona turística estuviera limpia, no había más que irse tres playas más allá para encontrar un gran tesoro. Si es que parece que nos han sacado de un chiste, como siempre. Qué divertido es esto de conocer mundo...


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