martes, 17 de enero de 2012

Muchachada around the world. Hoy... Nashville

Nashville comparte grandes rasgos con otra ciudad de la que os hablaremos, Memphis. Las dos están en Tennessee, están genial para grandes fans de la música, tienen una calle llena hasta los topes mientras en la calle de al lado hay una bolsa de plástico rodando, y... son una trampa mortal para el bolsillo de los turistas.

Al tema. Nashville está cerca de los Apalaches, montañas pobladas por gañanes desdentados hasta hace nada. Por tanto, es la tierra de las oportunidades para toda la muchachada "hillbilly" que quería algo mejor que vivir en una cabaña de madera y matar osos a puñetazos.

Aparte del museo del country del que ya os hablamos, tienen por toda la ciudad un montón de garitos donde ponen música en directo. Bueno, vamos a ser sinceros: quien dice toda la ciudad dice la calle principal, que te recorres arriba y abajo y tan contento.

De hecho, nosotros llegamos a Nashville agotados y, después de visitarnos el susodicho Museo, nos dimos una vuelta por la calle principal. Nuestras opciones fueron evolucionando a la par que nuestro cansancio.



La primera opción era acudir al Grand Ole Opry, teatro mítico donde tocan todos los que algún día quieren ser estrellas del country. Llegamos:

- Estoo, hola señorita, ¿le quedan entradas? (observe nuestra cara de turista pardillo y proceda a la clavada por favor)
- Sí, son 100 dólares por cabeza.
- Mmmm, yaaa. ¿Y no tienen algo más económico?
- Sí, 55 dólares por cabeza.
- Claro, baratísimo. ¿Y lo más barato?
- 35 dólares, pero sepan que estarán separados y los dos detrás de una columna.
- Ah, bueno, pues para ver a los "chicos del fango" o "super country man" pagamos eso y mucho más.

Pasamos a la segunda opción: pasear y saborear el genuino ambiente sureño. Paseando nos encontramos con una auténtica marea humana. ¿Y toda esta gente, a dónde va? Acudían a degustar su ración de americanismo más puro: iban al Hockey sobre hielo. Jugaban los Predators contra los Blues.

Y descubrimos otra de las delicias de América: aquí la reventa es legal. Es muy fácil. Te acercas en día de partido, y tienes a un montón de muchachos, principalmente morenos, que parecen sacados de una secta budista, porque sólo repiten el mismo mantra a toda velocidad: "Tickets, tickets, tickets, hey guys, tickets, tickets". Te acercas a uno de ellos. Busca al que tiene los piños de oro, es el que mejor precio te va a hacer. Y toca regatear. En función del acento que tengas, de si lleves gorra o no, de la cara de pardillo que te vea y de cuánto quede para empezar el partido, la clavada va a variar.

Preguntando en las taquillas nos dijeron que lo más barato que existía, y ya no tenían, era 20 dólares por cabeza en el culo del estadio. Así que intentamos sacarle ese precio a los reventas quienes, muy amablemente, nos mandaron a paseo. Y eso fue lo que hicimos, seguir con nuestro paseo e incluir una tercera opción: irnos de tiendas.



Después de probarnos varios sombreros de cowboy y comprar la mejor selección de música paleta, llegamos a nuestra cuarta opción: cenar y tomarnos una birra en un garito. Mmmm, ¿en cuál entramos? Vaya, la carta parece un poco cara, no séee... ¿ese que toca seguro que es bueno?... a lo mejor es mucha pasta...

Finalmente triunfó la quinta opción: volvernos a nuestro motel de carretera, llamar a una pizzería a la que no pudimos entender lo que nos decían, para terminar cabreados comiendo una mierda de hamburguesa "al estilo sureño" en el McDonalds de enfrente. Lo del estilo sureño debe ser por lo pobre de la zona porque la mía era una triste hamburguesa con dos panes enanos, una caca con forma de carne y dos (2, los conté) pepinillos.



Sacamos dos conclusiones: la ciudad mola, es recomendable; y, vale, somos unos rancios, pero no podíamos competir con los cowboys que iban de punta en blanco, se compraban un sombrero, cenaban en un megarestaurante, iban al hockey y terminaban la velada disfrutando música en directo. A costras no nos gana nadie.

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